Nunca supe si realmente es o no de Albert Einstein esta cita, nunca me cercioré de ello sinceramente, pero así la conocí y asumí. Lo que realmente me interesó es lo que encierra esta máxima, y, desde que soy docente, siempre se la he comentado y recordado en más de una ocasión a mis alumnos (también yo me tuve que aplicar el recordatorio en casos en los que “me la olvidé”):
“No hay nada que indique mayor evidencia de insalubridad
que hacer día tras día la misma cosa y esperar resultados diferentes.”
La cita la tengo como cabecera en la presentación de mis materias, incluso en su versión online, pues en el ámbito profesional que nos ocupa (sea el de fisioterapia o sea el docente) es fácilmente entendible su “aplicación práctica”. Pero, además, ¿qué aspecto de la vida se puede escapar “a la verdad” de estas palabras atribuidas a Einstein?
Ateniéndome a la cita, intento que mis alumnos comprendan motivos y razones del material con el que se va a trabajar, que vean la estructura coherente y lógica de los contenidos teóricos y prácticos y de las relaciones entre ellos, que vean las implicaciones que pueden suponer en sus futuros pacientes, que intenten desarrollar un espíritu crítico ante contenidos y aplicaciones prácticas, o que la evaluación esté relacionada con estas ideas y sea acorde a los objetivos iniciales incidiendo, por otra parte, en lo que a lo largo de nuestra relación de enseñanza-aprendizaje se va recalcando como “importante”. Todo esto, que no siempre consigo (seguro que algunas bajas calificaciones o suspensos tendrían sus razones en no haber ayudado adecuadamente a alcanzar estos objetivos docentes), procuro aderezarlo manteniendo una relación cordial y respetuosa con los alumnos y, siempre que puedo, intentando que “se lo pasen bien”. Sí, ahora que lo pienso, procuro ser cercano, pero también es verdad que no demasiado próximo.
¿Cómo estoy intentando conseguir todo esto? Seguir pensando que soy un alumno, seguir con mi formación como docente y como fisioterapeuta, escuchar a compañeros sobre cómo hacen ellos las cosas,… Procuro, en definitiva, estar al día yo y modificar poco a poco, año a año, pequeñas cosas en la forma de impartir la docencia, intentando, además, conocer si eso ha mejorado o no el proceso de enseñanza-aprendizaje respecto al año anterior. Creo que, en el fondo, estoy imitando lo que yo he catalogado en su momento como “este ha sido un buen profesor” y evitando lo que “he padecido” por parte de otros como alumno. Ejemplo de lo dicho podría ser el hecho de que he ido reduciendo la “cantidad” de contenidos teóricos y las lecciones magistrales, ciñéndome a dar “cuatro normas básicas” que ayuden a entender cada tema que conforma el programa de la materia, proponiendo actividades o dando material y/o referencias para el trabajo activo de los alumnos e intentando que cada vez más la parte teórica esté supeditada a las necesidades de la parte práctica y de la aplicación clínica (por cierto, el nuevo título de Grado en Fisioterapia, en concreto, “me va a facilitar” aún más este proceso). Además, como creo que, tal y como decía el personaje de una película, “todo está en los libros”, procuro pasarles información de distinto tipo: apuntes, referencias bibliográficas, páginas web,…, dejando que mis presentaciones sean muy parcas en palabras (que remarquen simplemente lo realmente relevante) y más rica en imágenes, vídeos, esquemas,… (y si han sido generados por ellos mismos, mejor que mejor). Intento que la materia resulte entretenida, usando numerosos vídeos ajenos (muchos de ellos con toques de humor y extraídos de lo que podríamos llamar “universo Youtube”), o también empleando vídeos realizados por los propios alumnos de años anteriores o grabándolos a ellos en vídeo realizando aplicaciones para, posteriormente, analizarlos en conjunto. Esto, junto a esa idea de que “todo está en los libros”, me ha ayudado también a no estar tan pendiente en ayudarles a obtener un montón de conocimientos, sino a ofrecerles más experiencias que fomenten su participación y les faciliten el análisis de las situaciones.
Para no extenderme en exceso, reseñar también que otra de mis preocupaciones en la docencia es la evaluación, tanto la del alumnado, como la de la materia o la de mi actuación. Respecto a la del alumnado, procuro, por una parte, que coincida con lo que se va remarcando como “lo importante”, que las condiciones de las distintas modalidades estén por escrito, que sean claras y se entiendan desde el inicio, procuro que exista proporcionalidad entre la tarea solicitada y la valoración de la misma (aunque no siempre coinciden las apreciaciones de ellos y las mías), que toda tarea tenga su valoración,… Por otra, intento que sea lo más aséptica posible, es decir, procuro que no se den situaciones, o las intento minimizar todo lo posible, donde un alumno pueda pensar que el resultado obtenido tiene algo que ver con una buena o no tan buena “química” profesor-alumno (por ejemplo, los exámenes escritos –salvo que se decida que sean de tipo test- sólo van identificados con el DNI o en los exámenes prácticos, ellos extraen de una bolsa las preguntas con cada aplicación práctica que van a tener que ejecutar). Respecto a la valoración de la materia y de mí mismo, hasta hace un año básicamente conocía esa apreciación por lo que me iban comentando los propios alumnos charlando con ellos, unido a los resultados de evaluación docente que realiza la propia Universidad. Desde este año pasado, y una vez terminado el proceso de evaluación, corrección de exámenes y entrega de actas, les paso vía correo-e una encuesta de valoración con preguntas cerradas y abiertas de cara a detectar los puntos fuertes y débiles en el proceso de enseñanza-aprendizaje desarrollado.
Finalmente, señalar que, aún estando en la Universidad, creo que como docentes también debemos ser educadores. ¿En qué sentido? Creo que la formación de mis alumnos universitarios tiene que ir más allá de una mera transmisión de unos cuantos contenidos técnicos que le sean positivos para su futuro profesional. Creo que también debe ser una educación en valores como el respeto mutuo, el respeto al diferente, la aceptación de otras opiniones, la observancia de un código ético, el compromiso con un compañero y/o una tarea,… Soy hijo y nieto de la postguerra, como tantos otros en este país, época que, aún no viviéndola, indirectamente he comprendido que fue dura para la gente que le tocó vivirla. Y mi familia creyó en el papel de la educación como agente de mejora y me inculcó ese valor. Mi abuelo paterno, concretamente, construyó una pequeña escuela unitaria en el pueblo en el que vivía y contrató (de su bolsillo) a una maestra para facilitar el acceso a la educación a los niños del pueblo. Consideraba inviable una mejora futura si no se ponía remedio en quienes se suponía que debían llevar las riendas en dicho futuro. Mis padres, al igual que gran cantidad de personas de su generación, tuvieron siempre como una de sus metas el facilitarnos a mi hermano y a mí una buena formación e inculcarnos el valor que tenía para nuestro futuro estudiar (y predicaron con el ejemplo). Si después de esta “historia y vivencia familiar” yo no procuro mejorar en mi labor como docente, ¿qué podría decir que he aprendido en la vida?, ¿qué aportaría de mejora al punto de partida?, ¿qué podría esperar que cambiase en el futuro si me dedicase simplemente a cumplir rutinariamente con un cometido?
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Última actualización:
02-Nov-2010
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